Paloma pasajera | Pléyades, pitayas y polinizadores
¿Pueden las pitayas atravesar el mar que separa a Baja California de Sonora y Sinaloa?
🕊️ La paloma pasajera (Ectopistes migratorius), originaria de Norteamérica, fue probablemente el ave más abundante del mundo, pero en tan solo un siglo —durante los años 1800— quedó extinta por un exceso de caza. Esta columna/newsletter toma su nombre para no olvidarlo y que funcione también como paloma mensajera, trayéndoles discusiones sobre el medio ambiente una vez al mes.
Ojalá la disfruten.
Pitayas amarillas
Moradas rojas
No hay ninguna que iguale
Niña tu boca, niña tu boca
—Ricardo Yáñez, “Las Pitayas”
Concluye la primera semana de junio y sobre el cielo del mar de Cortés, reaparecen las Pléyades, que llevaban un mes ocultándose detrás del Sol. Para el pueblo seri (konkaak / comca’ac) —quienes viven en la costa desértica de Sonora y algunas de sus islas—, esta aparición celestial marca el inicio de la temporada de pitayas. Esta señal llama a abandonar las costas y subir a la serranía, donde alrededor de las pitayas se encontrarán los grupos familiares para celebrar distintas tradiciones.
Los frutos de la pitaya dulce (Stenocereus thurberi) son una buena fuente de líquidos y otros nutrientes en el desierto sonorense. La cosecha de estos frutos rojos y jugosos recae principalmente en las mujeres del grupo, y el primer fruto se suele guardar para las ancianas de las familias. Se trata de un rito que ayuda a fortalecer las jerarquías y que las prepara para las distintas celebraciones y acuerdos que se llevarán a cabo en los siguientes días. Celebraciones que estarán ungidas también en el dulce fermento de las pitayas granates, y por los cantos y por los bailes.
La recolección de los frutos no era tarea sencilla. Las pitayas son cactus columnares que pueden alzarse hasta los quince metros de altura, por lo que se requiere cierta destreza para blandir el tallo seco y sin espinas de un saguaro al que en la punta se le ató un hueso afilado, para con él poder cortar los frutos. Este, además, es un trabajo en equipo, ya que debe de haber una o más mujeres listas con una canasta para cachar las pitayas voladoras antes de que estallen contra el suelo.
La pitaya no sólo es sustento, sino que, al igual que el saguaro, también es medicina. Los seris utilizan estas plantas para tratar los reumas en una preparación sencilla: se corta una rebanada de la planta, se quitan las espinas, se calienta entre las brasas, se envuelve en un trapo y se aplica sobre la parte dolorida.
Pero las pitayas también habitan del otro lado del mar de Cortés. En la península de Baja California, los cochimí —quienes viven en la parte sur— voltean al cielo en busca de las mismas estrellas para saber cuándo hay que reunirse alrededor de las pitayas y celebrar casamientos, alianzas y demás festejos. Los frutos rojos también son recolectados por mujeres y las plantas también les sirven para aliviar los males que los aquejan. Pero ¿son acaso las mismas plantas? ¿Quiénes más se congregan alrededor de estas plantas?
Si bien la península de Baja California está conectada con el resto del país en la parte más norteña de nuestro territorio, a veces parece comportarse como una isla. Incluso en el primer mapa de la península, el padre Kino la dibujó como una isla y la nombró isla de California. Era fácil de asumir la condición de isla, a fin de cuentas la península es bastante angosta, si bien su parte más ancha tiene 180 km, la más estrecha cuenta con apenas 40 km de longitud. También es bastante larga —1,200 km de cabo a rabo— y parece estar rodeada por mar en casi todas sus orillas. Hacia el oeste, el horizonte se antoja infinito, pero en su costa contraria, los litorales de Sonora y Sinaloa se antojan a tiro de piedra. Bueno, dependiendo a quién le preguntes. Para una planta como las pitayas, el mar de Cortés se muestra infranqueable.
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